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La Neuroteología y lo específico del encéfalo humano
Por José Luis Velayos, Catedrático Emérito de Neuroanatomía, Universidad CEU - SAN PABLO (Campus de Montepríncipe), Miembro de CíViCa
El cerebro es la estructura biológica que recibe informaciones del exterior y del medio interno, las integra, junto con las experiencias cognitiva y emocional acumuladas, para dar lugar a las respuestas adecuadas; puede ser estudiado por medio de las ciencias experimentales. En el encéfalo, durante el desarrollo, y a razón de 250.000 neuronas/ minuto, se forman 100.000 millones de neuronas, de modo que en los seis primeros años de la vida, la masa encefálica aumenta 3.5 veces., llegando a pesar el encéfalo humano adulto entre 1300 y 1400 grs. (El del elefante pesa 4700 grs). Es tal la complejidad conectiva, que se forman un total de 400.000 km de fibras nerviosas, y todo ello unido a la gran complicación que supone la multitud de contactos o sinapsis (muchas neuronas reciben del orden de más de 10.000 sinapsis, y se calcula que puede haber en el cerebro un total de más de 1.500 billones de sinapsis), unido al elevado número de neurotransmisores, que no se conocen en su totalidad. La complejidad del cerebro humano, junto con su gran plasticidad (sus cambios continuos, en relación con experiencias, sensaciones, acciones químicas, traumatismos, etc.: por ejemplo, la falta de visión en un ojo hace que las áreas visuales de la corteza correspondientes a ese ojo sean de menor extensión que las del otro ojo, la cual en este caso aumenta) hace que estemos muy lejos de comprender sus más íntimos mecanismos.
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Comentarios
Comentario de José Antonio Chamorro Manzano
Comentario al artículo “La Neuroteología y lo específico del encéfalo humano”, por José Antonio Chamorro Manzano (Asociado de CIVICA y ensayista en materia teológica natural y moral)
En primer lugar, debo decir que ruego al catedrático D. José Luis Velayos que me disculpe por este atrevimiento mío, de corresponder a su magistral trabajo con unos pocos pensamientos, casi improvisados, que me han sido suscitados por la tan interesante lectura que nos propone. En principio, he sido captado por el título; el término “neuroteología” me satisface, pero me produce temor, pues creo ver todavía muchas y poderosas fuerzas vivas opuestas a ese maridaje cooperador, entre ciencia experimental y ciencia o saber teológico –que, por otra parte, para mí es ahora y fundadamente conjunción esencial para poder alcanzar la necesaria acertada solución al “multisecular problema alma-cuerpo o mente-cerebro”– y me produce temor ese referido término, porque no deseo perturbar, a ninguno de los integrantes de tales fuerzas opuestas a él, en su también fundada y posiblemente progresiva convicción –por la que yo mismo pasé en sus correspondientes etapas de estudio–.
Advierto que las personalidades que aportan sus ideas al texto tratado, con carácter general las refieren al encéfalo en estado adulto. Y ello me lleva a preguntarme a mí mismo, –¿Es el encéfalo un órgano de desarrollo evolutivo, que necesita tener un surgimiento, un estado inicial simplísimo en su composición? –Obviamente, sí. Entonces, –¿Cuál es la causa motivadora y guía que lleva al individuo incipiente (aún sin cerebro) a formarse como cigoto, y luego como mórula, y luego como blastocisto, y luego como embrión, y luego como feto. –¿Cuál es la causa motivadora y guía que lleva al individuo incipiente (aún sin cerebro) a dotarse de encéfalo y demás órganos específicos? Y, por último, ¿A qué habremos de recurrir, para obtener acertada respuesta a esas dos inmediatas preguntas que anteceden, a las ciencias experimentales o a la ciencia o saber teológico?
Y para terminar, por mi parte; me parece que muchos tratadistas emplean el término “religión”, cuando sería más exacto decir “teología”. Digamos que “teología” es el concepto universal, natural, primario e independiente de que haya o no “religión” –si bien toda religión apreciable ha de basarse en alguna modalidad teológica.
N. Jouve: Una precisión sobre el concepto de embrión
Se pregunta José Antonio Chamorro sobre la causa y guía que lleva al individuo incipiente (aún sin cerebro) a formarse como cigoto, y luego como mórula, y luego como blastocisto, y luego como embrión, y luego como feto… Todas estas fases no son más que las etapas sucesivas del proceso continuo del desarrollo de un ser humano desde la fecundación. Desde el cigoto hasta la octava semana lo que tenemos es un embrión, el cigoto, la mórula y el blastocisto constituyen las etapas de un desarrollo embrionario “continuo”… La información de la que depende la formación del cerebro y todos los demás órganos y sistemas del nuevo ser está programada en el ADN del cigoto que tras la anidación, desde la gastrulación, irán aflorando gracias al programa de actividades genéticas contenidas en el genoma individual. Un programa constituido en el proceso de la fecundación tras la unión de los gametos materno y paterno.