Diseñada para
La cara más optimista
Por José Manuel Belmonte (Dr en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa)
Hemos entrado en recesión. Los ánimos deben estar por los suelos. Alguien ha pagado a los humoristas para que animen a la agente a comprar. La campaña lleva por lema: “arriba ese ánimo”. Recuerdo haber tenido un programa radiofónico semanal, titulado: “Aún es posible la alegría”. Quería iluminar los ojos de la gente. Ya entonces me parecía, que mis convecinos, sanos o enfermos, con los que me cruzaba, deberían dejar de tener las caras largas, y los semblantes tristes ceñudos, ásperos, intratables.
Hay que reconocer que la envidia es un pecado nacional. Tristeza por el bien ajeno. Pero además el español se apropia de cualquier mal con solo mentarlo públicamente. Alguien dice los síntomas de una enfermedad, e inmediatamente saltan: “A mí me pasa eso”. Tiene algo de masoquista, es decir “goza o se aviene con lo desagradable, o con la causa de desazón o pesadumbre”.
No es exclusivo de España, claro. El pesimismo y los pesimistas no están en un lugar concreto, ni en una época concreta. De hecho, en siglos pasados se hablaba de la “bilis negra”, o de la melancolía. Durero mismo pintó uno de sus más famosos cuadros con ese mismo nombre de “melancolía”.
Pero el gris y el negro han vuelto. Incluso entre la juventud no reinan hoy los colores alegres. ¿Por qué? ¿Para mejor confundirse entre la multitud y el anonimato? ¿Para diluirse en la tribu? Encuentran razones para beber, pero no muchas para estar alegres. Entre las muchas causas de esa tristeza, sin duda, está el miedo al futuro. Se impone un nuevo rumbo, una nueva imagen, nuevas formas. El simple desaliento ya es una derrota. “La inestabilidad y desasosiego es evidente que ya excede, con mucho, de la mera problemática financiera” (J.J.Gutiérrez).
Me duele la juventud y sus cortos horizontes. Hemos tenido que hacer muchas cosas mal, los mayores, para que el 50% de los jóvenes menores de 25 años no tengan trabajo. Ellos tienen todo el derecho a la esperanza. El futuro puede ser distinto al que nosotros hemos conocido, pero es suyo. Parece que hay miedo a decir que tienen derecho a buscar la felicidad. Ellos y todos. Nuestra Constitución del 1978 muy seria, dice que “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Básico, pero muy frío.
Dos siglos antes, la Declaración de Derechos de Virginia (1776) era mucho más vital y moderna. Proclama que todos los hombres son por naturaleza libres e independientes y tienen una serie de derechos inherentes de los cuales no pueden ser privados. Aunque entonces se organizó como un estado esclavista, puso las bases de los derechos humanos, por encima de toda decisión del gobierno. El corazón de esos derechos del hombre es:
- al «gozo de la vida»
- al «gozo de la libertad»
- a «los medios para adquirir y poseer propiedades»
- a la «felicidad»
- a la «seguridad»
Por supuesto, pasaron al preámbulo de la Constitución de Estados Unidos.
Quiero poner de relieve, que no son el simple derecho a la vida, a la libertad, etc., sino al “gozo de la vida”, al “gozo de la libertad”, a “los medios para adquirir y poseer propiedades”, y a la “felicidad” que por supuesto no puede darse sin las debidas garantías de “seguridad”.
Ese es nuestro derecho, como seres humanos. Nuestro viaje en esta vida es un viaje hacia la felicidad. Y desde el primer momento hasta el final. Nadie tiene derecho a eliminarnos o suprimirnos, ni antes de nacer ni después. La fiesta de la vida nos pertenece. Nadie tiene derecho a aguarnos la fiesta, ni a impedir que “gocemos” de la vida, la libertad y de lo que tengamos. Nadie, ni los bancos, ni los políticos, ni los jueces, ni el Sistema, ni siquiera las armas.
Ingenuos tampoco. Simplemente realistas. Sabemos que se ciernen sobre nosotros amenazas de un calibre impresionante. “Las amenazas globales provocadas por la acumulación de armas nucleares y su dispersión, el colapso energético, las sustancias químicas y biológicas en manos del terrorismo, el uso perverso de la manipulación genética, la nanotecnología y la robótica entorpecen el viaje hacia la felicidad. A diferencia de los imponderables del pasado, que eran de origen natural, los actuales están inducidos por la mente humana” ( E. Punset).
Esas amenazas, las decisiones erróneas de los políticos, la avaricia de los especuladores, la maldad y sutileza de los lobbies para imponer su sectarismo ideológico a personas sencillas y honradas, está ahí. Pero también es verdad que uno puede ser libre incluso entre rejas, y puede ser feliz aunque no posea muchas cosas. La actitud importa. Algunos han perdido el norte con tanto materialismo. ¿Nos hemos vaciado? Hay que volver a sentir el alma.
La alegría es posible hoy. Como decía Pearl S. Buck “Muchas personas pierden las pequeñas alegrías esperando la gran felicidad”. Fuera ese ceño, que nos paraliza. Por encima de los nubarrones de la economía y de la climatología: aún es posible la alegría. Con ella podemos cambiar y trasformar lo que no nos gusta, porque es una fuerza irresistible. Y está en nosotros.
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